Casualmente el Consejo de la Magistratura, que según insinúa el Gobierno fracasa porque le sobran abogados y le falta voto popular, había sido creado por una convención constituyente cuya composición lucía ajustada al criterio interdisciplinario. En 1994, menos de la mitad de los convencionales (entre ellos los dos Kirchner) eran abogados: 148 sobre 305 miembros. En la mayoría formaban 31 docentes, 15 médicos, 5 contadores, 10 comerciantes, 11 ingenieros, 6 arquitectos, 9 escribanos, 7 periodistas y 6 sociólogos. Había de todo. Desde un cineasta y un asesor de seguros hasta amas de casa, empleados, odontólogos y empresarios. Incluso un obispo.
En realidad, el obispo también era abogado. Se trataba de Jaime de Nevares, quien renunció apenas se sentó en la banca, porque no digirió la exigencia preestablecida de aprobar a libro cerrado el Núcleo de Coincidencias Básicas que traía la reelección de Menem incorporada. Pero si es por doble ocupación, más importante es que entre los no abogados, igual que entre los abogados, casi todos eran políticos.
La mención de un convencional -o un diputado o un consejero- según como figura en la columna "profesión" puede inducir a imaginar amas de casa pastoriles o ahora científicos despeinados y vehementes que consiguen refrescar con su sola presencia las corporativas mareas de abogados. Por lo menos eso no fue lo que sucedió con aquella convención presidida por Eduardo Menem (a quien secundaba Alberto Pierri), gestora de una Constitución de redacción mediocre que resultó mucho más eficaz para alargarle cuatro años y medio la vida al gobierno de entonces que para fundar instituciones de las que hoy sea posible enorgullecerse. La ex convencional Fernández de Kirchner recordó el martes la faena constituyente, pero no para explicar por qué resultó vicioso el Consejo de la Magistratura (pese a que ella misma redactó la ley que hoy lo rige) sino para exaltar que en 1994 se reconoció a los partidos políticos como instituciones fundamentales de la República. Omitió mencionar que 19 años después el sistema de partidos está quebrado.
Sin embargo, los científicos y académicos con los que promete oxigenar el Consejo de la Magistratura tendrán que montarse en estructuras partidarias, hacer campaña y quizá conquistar votantes respondiendo con gracia preguntas sobre el anillo de Oyarbide. ¿No serán políticos los científicos y académicos?
Desde luego, ser político no es un demérito, nadie quiere blasfemar en democracia, pero resulta curioso que una presidenta que se autopercibe como abogada exitosa y política triunfadora piense que los abogados amuchados contaminan la Justicia con su perverso corporativismo, mientras que los políticos salidos de la ciencia y la academia van a desembarcar a bordo de una lista sábana para desinfectarla..